La depresión tiene menor impacto que los trastornos de ansiedad; aún así es un problema de gran importancia. Su concurrencia con otros trastornos clínicos hace que esté presente en muchas personas. Muchos pacientes no reúnen todos los requisitos para ser diagnosticados con un determinado trastorno de ánimo, pero presentan algunas de las quejas más características. El trastorno depresivo se origina como consecuencia de la incapacidad de resolver de un modo adecuado problemas. La persistencia del problema y la inexistencia de estrategias efectivas para abordarlo puede llevar a una situación de pasividad, de entrega, renuncia, de trastorno depresivo.

 

La depresión, entendida como síntoma (sentirse triste), está presente en la mayor parte de los cuadros psicopatológicos, sin que por ello constituya un síndrome depresivo. Si empleásemos el estado de ánimo como único criterio, estableceríamos falsos diagnósticos positivos, por ello hay que ser cauto.

 

La intervención en depresión parte de la necesidad de delimitar adecuadamente el problema, contemplando la existencia de trastornos alternativos. La intervención debe llevarse a cabo de una forma paulatina e incremental, asumiendo que los cambios que se van generando pueden facilitar y globalizar el proceso general de cambio. No se aboga por una opción “conductual” o “cognitiva”, ya que “ambas” participan de componentes comunes y de que las dos se afectan mutuamente. Se conjugarán tanto los déficits como las habilidades del paciente, partiendo preferiblemente de las habilidades y preferencias. Los déficits se abordarán de forma indirecta y apoyándose en los recursos del paciente.